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Delia la Canoera /Santiago Rivadeneira Aguirre

La Canoera. Foto Silvia Echevarria El Apuntador

Delia la Canoera /Santiago Rivadeneira Aguirre

La Canoera, narradora de cuentos y de fábulas, tiene como interlocutores al río, con sus sonoridades interminables, al cocodrilo Fulgencio con los ojos siempre llorosos, y a la naturaleza. Ella está sentada en su canoa rivereña, ‘libre del espíritu moderno’, y hace una invocación y una demanda a otras formas de la escucha. 

Inventa la magia y la poesía, por eso insiste que sus fábulas son para los seres humanos. El suyo es un personaje que se repleta de atributos y de roles: es la esposa que espera largos días al marido, mientras intenta que los peces caigan en la red, por eso le suplica al río; y en otros momentos da consejos a su comadre y por eso señala hacia allá, al monte, o simplemente se convierte en la visionaria y la descifradora de la realidad.

A través de dos facultades tan extrañas como espectaculares, ejerce el gran poder de convencer: narrar y construir una verdad (o varias). Esta enorme capacidad de fabulación de la Caonera (Delia Pin Lavayen, actriz y narradora  guayaquileña) nos acerca a la fantasía, que es el lugar para el capital simbólico y las imágenes, como si de una vez para siempre, hubiésemos vivido ‘felizmente atrapados en una urdimbre tan sutil como tupida, de mentiras bien contadas’. (E. L.)

La canoera, Delia Pin. Foto cortesía Morena Sánchez Sala Mandrágora

La canoera, Delia Pin. Foto cortesía Morena Sánchez Sala Mandrágora

Delia Pin, la actriz y dramaturga, con la dirección de  Augusto Enríquez,  apelaron a la escritura de los recuerdos para concebir una primera historia de la que partió el trabajo escénico; y que, enseguida, se convirtió en el pretexto para encarar, a partir del teatro, una forma narrativa sin reglas, despojada de cualquier estrictez canóniga de lo verdadero, verdades que el Renacimiento y la Ilustración proclamaron después desde la ciencia y la razón.

El discurso ‘mentiroso’ del narrador, dice Enrique Lynch, que el cuentero prodiga a sus escuchas e interlocutores, humanos, animales o la propia naturaleza, tienen un sola intención: que la mentira ‘gane en verosimilitud, por tanto en veracidad, si las conexiones en la secuencia de los sucesos narrados son más estrechas y consistentes’ (El merodeador, Enrique Lynch, 1990)

La canoera, Delia Pin. Foto Silvia Echevarria El Apuntador

La canoera, Delia Pin. Foto Silvia Echevarria El Apuntador

Delia Pin cumple con sobriedad y altura la regla básica o tradicional de la narración oral, contar mentiras, y porque también están las soluciones escénicas, cuando el personaje de la Canoera puede desdoblarse y ser Fulgencio, el cocodrilo, que reclama su derecho a la escucha; o en otro momento volverse el fantasma promisorio de un eco que retumba en la comarca de algún lugar rivereño de la costa ecuatoriana.

La canoera, Delia Pin. Foto cortesía Morena Sánchez Sala Mandrágora

La canoera, Delia Pin. Foto cortesía Morena Sánchez Sala Mandrágora

La Canoera, enriquecida por esa licencia tolerada que es la narración oral, ha puesto en juego una virtud habilitan para mantener vigente, de alguna manera o gracias a la magia del cuento, la autonomía espiritual de los seres humanos, sin desestimar del todo, el ideal de la verdad o el progreso, que más tarde iba a materializarse en la certeza cartesiana y la razón, no sabemos si para bien o para mal.

La Canoera camina por el río y se aleja, dejando una estela de palabras y sonidos, verdaderos o aparentes, dependiendo de nuestro denuedo y las ganas para creer en las posibilidades de la naturaleza o de la vida.

Ficha técnica

Grupo: Vozquejo Teatro de Guayaquil

Dirección: Augusto Enríquez

Dramaturgia/Actriz: Delia Pin Lavayen

Vestuario/Maquillaje: Miriam Murillo

Iluminación: René Chiquito Lino

Arreglo musical: David Calero Pin

 

 

 

 

AMORE, un drama que conjuga sustantivos /Genoveva Mora Toral

AMORE, un drama que conjuga sustantivos /Genoveva Mora Toral

El show del amor instrumental / Juan Manuel Granja

El show del amor instrumental / Juan Manuel Granja