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Ayoub: crueldad y culpa en el Magreb l Daniel Félix

Ayoub. Marina Otero

Ayoub: crueldad y culpa en el Magreb l Daniel Félix

Ese imaginario occidental sobre Medio Oriente exótico, el de Las Mil y Una Noches, proviene de una interpretación equívoca de Antoine Galland, un traductor francés que en el s. XVIII recopiló diversos mitos persas y árabes, y él imaginaba esa Arabia de palacios, sultanes, tesoros, genios y laberintos de arena. Un universo intersubjetivo occidental sobre aquella región, tan ricamente imaginado como disímil a su historia y a su realidad actual.

Esta idea exótica sobre Oriente, me parece, constituye un punto de partida para dialogar con la nueva obra de Marina Otero, Ayoub. Presentada como un “trabajo en construcción” en el Teatro Nacional Sucre de Quito, esta pieza hibrida biodrama y teatro documental, explora la historia personal de la artista, su biografía, a modo de laboratorio creativo donde la vida propia, la experiencia personal, se convierte en sustancia moldeable en escena. El argumento, un viaje que ella realiza a Marruecos, en una doble búsqueda para salvar a un hombre, y que, a la vez, él la salve a ella.

Ayoub. Marina Otero

El trabajo escénico observa, en clave contemporánea, este motivo del viaje hacia el Magreb en búsqueda de lo Otro, lo desconocido, en una línea sugerente cercana al orientalismo que inaugura Galland, pero cuestionando crítica y transgresoramente los valores puestos en juego y en escena. Por supuesto, toda obra artística es en mayor o menor medida una disputa de valores. A saber: mímesis -lo que toma y se refleja en una obra de lo que la contextualiza (tiempo, espacialidad, género, etc.)-, y poética (singularidad, propiedad, punto de vista, expresividad y multiplicidad). Una pugna entre valores del mundo que se mimetizan en la obra, y los valores propios que retornan poéticamente en una mirada singular sobre el mundo.

Ayoub. Ibrahim Ibnou Goush y Marina Otero

La obra inicia mientras el público todavía ingresa a la sala. En escena, Otero recrea una foto proyectada al fondo del escenario: el cuerpo sin vida de un hombre junto a un costal de harina; mientras una voz en off en alemán nos explica (a Otero y al público) que, para que la nueva obra pueda ser programada en un festival en Berlín, es necesario modificar en el texto las palabras “genocidio” y “Palestina”.

Son dos hilos los que sostienen este monólogo: por un lado, el viaje hacia Medio Oriente en busca de material para la creación de una nueva obra; y por otro, el encuentro con el Medio Oriente real al que Otero llega, atravesado por sus condiciones sociales, mediáticas, personales, y políticas. La artista va mostrando el archivo de viaje en un juego entre diacronías y sincronías, así descubrimos tanto su proyecto artístico, como la decisión de encontrar un hombre para casarse, convertirse al Islam, tramitar su visa; todo esto en una doble vía entre fantasía y realidad; así revela más detalles del primer cuadro de la obra: la exigencia de los programadores alemanes por cambiar los textos políticamente incorrectos de su obra. 

Ayoub. Marina Otero

En clave documental nos habla de sus búsquedas personales, de sus obsesiones creativas, de sus temas propios y cómo se repiten a lo largo de su obra; nos confiesa en escena que en sus obras escénicas todos los personajes masculinos llevan el mismo nombre: Pablo (para que ninguno se crea especial). Esta es la primera vez que cambia su decisión, porque Ayoub es el nombre del hombre que conoció en Marruecos, un vendedor de dulces de Tanger, quince años menor que ella, con el que vive su aventura y su viaje a lo exótico, aquella abyección paradigmática que viven las culturas globalizadas. Espanto y asqueamiento por la realidad del mundo. Otero, hábilmente habla de colonización, al tiempo que ella misma coloniza a Ayoub. El amor que deslumbra, el amor que enceguece.

Ayoub. Ibrahim Ibnou Goush

Volviendo a Galland y la ficción, Otero nutre su relato del gran Las Mil y Una Noches. En la intimidad del proscenio, argumenta que lo suyo es contar historias, “como un aeda”, o como su propia madre le narraba en un momento de convalecencia , o como Sherezade, se cuenta una ficción para sobrevivir al paso de la noche, para no morir en la mañana. En el argumento de Ayoub, deslumbra la hibridez ritual con la que se cuenta su historia. Acota el relato de su viaje con otros encuentros que tiene con Medio Oriente, como la situación del genocidio en Palestina y la negativa de los productores berlineses de programar su obra por el contenido “antisionista”. Entre digresiones, la protagonista parodia su propia condición de artista occidental, su hartazgo del entorno comercial que cruelmente los devora; su visión política de la geopolítica mundial. Teje una dramaturgia expandiendo un archivo vital que hila posibilidades dramáticas. Salto discreto entre lo real y la ficción.

Artaud proclama por ese teatro que descubre la crueldad del apetito de la vida, en el límite entre lo real y la ficción. Una fuerza devoradora que posee al actor y lo fusiona con su máscara; una potencia que desnuda y exhibe cicatrices, deformidades, y las transfigura en una ritualidad escénica.

Ayoub. Ibrahim Ibnou Goush y Marina Otero

Ayoub es como una coreografía que explora la realidad y sus matices. Otero entiende bien el tiempo en escena y cómo conjurar los momentos, tensionando en un solo nudo argumental varios relatos que se mixturan para lograr provocaciones estéticas y políticas. En su ocultamiento, la verdad se muestra; en su despojar la máscara de la ficción nos interpela, así lo sentimos al ver la imagen proyectada al inicio de la obra, la foto y el texto en alemán. Todo se junta, uno de estos cuerpos pertenece a un amigo personal, víctima de un ataque en Gaza. Esta revelación biográfica provoca el giro de acontecimientos. La crueldad golpeando la puerta de la creatividad. Otero impreca, reclama, y proclama que realizará una obra que llene todas las expectativas del mercado. La canción más vendida en el mundo –dice– es Despacito, de Luis Fonsi y Daddy Yankee. y a continuación performa una pelea con un saco de boxeo, mientras la canción de marras resuena en la sala.

Una puesta en escena que exhibe momentos del alma de Marina Otero, la actriz que debe negociar su nueva obra, ésta, la de la amante del marroquí, la amiga de un hombre asesinado en Gaza, la artista y sus obsesiones… en fin, expone los tejidos de su vida, sus máscaras. Como toda historia de abyección, esta obra es proclive a la huida, ella abandona a su amante marroquí para contarlo todo en escena.

Crueldad y furia. Culpa y desencanto. Descargo de pruebas; al final, el propio fantasma de Ayoub aparece e imagina un futuro irreal, fantástico.

Una historia más, contada por una Sherezade moderna para no perderse en el final de la noche.  Hay un borde tenue que se ciñe al acto artístico donde bailan la ternura y la crueldad, la actriz da cuenta de un equilibrio perturbador para narrar bellamente historias dolorosas.

Cabe preguntarnos: ¿qué revela la máscara cuando ésta es el mismo rostro que nos interpela?

Ficha técnica

Teatro Nacional Sucre
Texto y dirección: Marina Otero
En escena: Ibrahim Ibnou Goush & Marina Otero
Cámara: Florencia de Mugica
Coordinación técnica y técnico en gira: Giancarlo Pia Mangione
Diseño de iluminación: Facundo David
Diseño de sonido: Antonio Navarro
Edición de video: Daniela García
Supervisión de textos: María Velasco
Colaboración: Javier Montero
Traducción al dariya: Farah Hamdaoui Kadaoui
Arreglos musicales: Juan Pablo de Mendonça
Fotografía: Andrés Manrique y Andrés Carnalla
Sastra: Guadalupe Blanco Galé
Producción general & ejecutiva: Mariano de Mendonça
Distribución internacional: Tecuatro – PTC Teatro – Otto Productions
Agradecimientos: Nuria Güell, Adrián Carrasco, Andrés Manrique, Somaya Taoufiki y Martín Flores Cárdenas

 Daniel Félix:  Editor, escritor y periodista cultural. Ha colaborado con casas editoriales, universidades y fundaciones 

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