Déjame caer (el todo por la parte en la expresión de lo contemporáneo) Daniel Félix
Un puñado de pájaros esperan lanzarse al vacío / Fragmento de texto de la obra
La composición escénica en nuestra modernidad es un campo del arte que permite explorar desde lo performático –desde la muestra viva en tiempo real de la representación–, las diferentes expresiones y sentidos posibles en torno a un objeto artístico y los elementos que lo integran. Entonces, la obra deviene cuerpo de sentidos orgánicos, es decir, organizados a manera de un cuerpo discursivo que ha de volver la cara a las formas consuetudinarias de mirar el mundo y definir un lugar, una expresión y una postura desde lo creativo.
En esta línea teórica, el arte contemporáneo constituye una lectura inevitable de la realidad desde la que se cuestiona sus manifestaciones simbólicas: un desplazamiento de la forma en que el relato del mundo externo se mimetiza en el relato de la obra, en la intimidad de sus subjetividades, en sus sentidos manifiestos. Extraer de la mímesis una idea propia, como si se tratase de un grito, es una de las características del arte actual, cuando pensamos en el lugar desde el que el artista habla e investiga las sustancias que componen el acto artístico: la realidad y las maneras en que la época nos sitúa.
Entre los diferentes conflictos propios del arte contemporáneo, es recurrente el problema de las definiciones. Críticos como Hal Foster evidencian la manera en que categorías que designan momentos específicos del desarrollo artístico (historicismos semánticos que se adhieren a palabras como vanguardismo, neovanguardismo, contemporaneidad, modernidad) se vuelven obsolescentes, repetitivos desde una fenomenología que designa comportamientos y búsquedas estéticas de manera asincrónica, en contra de toda interpretación lineal de la historia. El asunto del arte en nuestros tiempos recae sobre el instante y una inmensa maleabilidad de los contextos y metodologías capaces de incitar al nacimiento de una obra artística. Singularidad que excede los moldes interpretativos. Fenómenos que para el teórico francés Genette se expresan mediante la figura retórica de la metonimia, es decir, la contigüidad, el recorrido de los sentidos dispuestos en las raíces del objeto artístico.
Déjame caer. Foto Ana Lucía Zapata FTNS
La nueva obra performática de Pablo Roldán, Déjame Caer, presentada el 30 de mayo en el Teatro Nacional Sucre, transita en su hibridez por diferentes lenguajes (danza contemporánea y ballet andino, instalación escénica, diseño sonoro y multimedia, teatro físico y gestual), que construyen un relato poético cargado de provocaciones y referencias a situaciones de lo real, desde la expresión de las subjetividades sensibles de sus creadores, por un lado; y desarrollando, por otra parte, dispositivos conceptuales en torno a ideas como la identidad, el territorio, lo festivo y lo popular, el nostos (el retorno), la soledad y lo colectivo, lo humano y lo posthumano, entre otras evocaciones que logran desprenderse de esta experiencia escénica.
Desde una estructura dramatúrgica construida en tres actos, Déjame Caer explora y dialoga con la posibilidad de la expansión escénica en un descenso interrumpido, donde se difuminan las líneas convencionales entre lo real y lo subjetivo, entre la ficción y sus pisos de verosimilitud (similitud de la verdad) para construir una idealidad, un cuerpo de sentidos que exponen la totalidad de una idea en sus partes.
Déjame caer
Es decir, metonimia en imágenes y símbolos que cuestionan los límites de la experiencia; registro que fusiona lo externo y lo interno, donde el pliegue sugiere y vibra de sentidos ocultos, donde queda en la atmósfera una idea, una lectura, una posición frente al tiempo, la época y el territorio donde se contextualiza lo real de la obra.
Por todo esto, la crítica escénica de lo contemporáneo debería “incitar prácticas discursivas”. Como sostiene Hal Foster “la lectura (de una obra) no es acrecentamiento sino despojamiento”. Entonces, si el arte es una forma de documentar la realidad, una forma de mostrar lo verdadero; el escenario como lugar para la memoria del instante, la intensión de una lectura sobre la lectura del arte ha de abrir las inquietudes, desde lo personal hacia lo colectivo, ha de inquirir en las provocaciones propuestas por el acto escénico. En Déjame Caer: el cuestionamiento del poder, las violencias que conforman nuestra realidad, mediante un ensamblaje metonímico, donde múltiples elementos introducen durante una hora la acción escénica hacia las profundidades de las ideas desarrolladas por sus creadores.
Déjame caer
Primer acto:
El escenario se sumerge en una atmósfera de subjetividades; el espacio para el arribo y presentación de los performers, abiertos a la experiencia de los personajes, mientras una voz en off lanza imágenes poéticas distorsionadas: Soy atemporal / caigo / los codos están de tierra… Soy mi propia Caída / Soy cavidad torácica rota. / Silencio. / Gruta / Bóveda. / Déjame Caer…
Astronautas, boxeadores, bailarines bdsm, que transitan por el escenario y construyen una suerte de ingreso a los mundos internos. Expresionismo simbólico donde interactúan y exploran una caja escénica en la que confluyen videoescenografía, sonido incidental, una voz poética difusa, mientras los creadores dibujan gestos y acciones que refieren a su mundos internos: diálogo entre subjetividades y colectividades en doble vía.
Déjame caer
Así se instauran las primeras capas de sentido: desde la cromática que marca tanto el vestuario como la videoescenografía; desde el recurso de la voz poética distorsionada alternando el sonido incidental; desde la acción escénica aparentemente caótica, acontece un ensamblaje de atmósferas, alineación de las subjetividades que se dejan caer incesantes, inmersivas, que sugieren el ensueño colectivo de la identidad convenida socialmente, entre otras, las paradójicas ideas de nación.
Lo subjetivo expresado mediante procedimientos de repetición. Ese tipo de elementos que coinciden en el estudio de lo contemporáneo: collage de lenguajes, reticulación plástica que conecta lo inconexo, un cuadro abierto sobre personajes, paisajes, sensaciones y significaciones. Una dramaturgia que abandona el campo de lo concreto, a favor de crear ciertas atmósferas; pero que a su vez gana concreción a través de la acumulación de sentidos que se repiten, que expresan un todo en sus partes.
Déjame caer. Foto Ana Lucía Zapata FTNS
Segundo acto:
Al final del primer acto, un pie inflable ingresa al escenario, aplastando la expresión de las subjetividades presentadas en el primer acto. La frase: “ponernos el pie”, deviene un símbolo escenográfico que da paso a la transición y el cambio.
En la metáfora, el sentido se desplaza entre las partes del discurso; en la metonimia, las partes del sentido se desprenden y componen posibilidades semánticas independientes, no equivalentes. Ambas figuras conviven en imágenes inseparables interactuando con el instante. El asunto entre lo metafórico y lo metonímico, según Lacan, es un juego de jeroglíficos lingüísticos.
A la pregunta retórica propuesta en este acto: ¿Quién come el pastel? Se descubre el juego de los jeroglíficos. Entonces ingresamos al segundo acto con la entrada del cuerpo de ballet andino Rimankapa, acompañados por la música de una fiesta popular. Lo festivo, lo andino, lo nacional, en la puesta en escena de un ritual de la celebración que persiste, y no deja caer.
Irrupción de lo real. El sentido de lo radical nos conduce a la raíz, a decir de Hal Foster. En el escenario, en medio de la fiesta andina, irrumpe una balacera. Mímesis de lo real. Introducción violenta de la metonimia en la imagen poética: Déjame Caer, a una realidad de gritos y violencia, donde el arte deviene mecanismo de resistencia. La raíz de lo social y su sugestión radical, política, que atestigua la caída colectiva.
Así, en ritornello y crescendo, una, dos y tres veces, los artistas caen en escena masacrados; y una, dos y tres veces se levantan conjurados por la fiesta, por lo popular en resistencia a lo real de banderas izadas sobre las identidades. Muertos que se levantan para bailar, para construir el clímax de un discurso escénico.
Entonces vemos en la ampliación de lo histórico, del discurso estético, la reducción del contenido de lo real. La parte por el todo. Procedimientos de vanguardias asincrónicas, que retornan en prácticas contemporáneas: atracción hacia lo subversivo, cuestionamiento del statu quo, acercamiento a lo popular, deformidad realista del mundo y sus excesos en la forma y el significante. Hal Foster diría: “coarticulación crucial de las formas del arte y la política”.
Quiero perderme por ahí. Quiero volver al vientre de mi madre, eso sería lindo. Sentir a mi madre gestando. Volver a esa cárcel de mar, volver a ese lago de paz, donde no tuve hambre, ni frío ni calor. Donde no fui ni hombre ni mujer, sino un capullo de sangre que se abría a la vida con la certeza de los ciclos de la tierra. Donde todo transcurría levitando, sin pensamientos, sin miedo a nada.
Tercer acto:
Déjame caer
Nuevamente el ritmo del discurso escénico es interrumpido con la entrada de un objeto escenográfico: una descomunal luna inflable, que desplaza las acciones previas, y que servirá como el signo raíz del desenlace de esta obra.
La luna y el artista. La luna y el colectivo. La luna sola. La luna, como el lugar donde lo real y lo subjetivo confluyen y concretan su relación. La luna como el todo y en sus partes que se dejan caer. Entonces, nuevamente, la luna no es una metáfora instaurada en una imagen; más bien es una imagen absorbida por los campos semánticos que componen el objeto escénico, la obra. Al igual que el pie en el primer acto, o la representación de la violencia social en el segundo acto, intuimos en estas imágenes el desborde del discurso, la plegaria poética que anhela dejarse caer.
Déjame caer
La voz poética se pregunta:
¿La felicidad debemos considerarla como un horizonte siempre abierto? La felicidad nos toma y nos utiliza como un carbón. Quiero ir al Kentucky Fried Chicken comprar una cajita feliz, comer las alitas de pollo que ni son alitas ni son pollo ni son nada y tomar Coca-Cola, como Diddy, hambriento con la cabeza setiada por superhéroes industrializados
La teoría de la vanguardia de Peter Bürger se sostiene en el estudio de las conexiones entre el desarrollo del objeto artístico y su posibilidad de cognición. Un desarrollo contradictorio que esteriliza el campo de lo histórico; la ruptura de las categorías del arte hacia lo asincrónico de los campos semánticos.
El objeto del arte es la experiencia, pues ahí se habitan los sentidos, los discursos, las intimidades compartidas entre creadores, co-creadores y observadores del convivio. Lo interesante de este enfoque, lo transgresor de sus posibilidades, tiene que ver con la manera en que la realidad es fuente de conmoción. La realidad conducida al campo de su propia catarsis, donde se desnudan sus sinsentidos. El sentido del sinsentido: metonimia del discurso escénico.
Esta obra y sus múltiples caminos semánticos interpela lo real y lo contempla. Sostiene que una función del arte es la de mostrar la verdad desde ángulos singulares. Cuando observamos un discurso estético como el de Déjame Caer, sostenido firmemente sobre la base de una lectura de la realidad, y una postura poética de la misma.
Pensar lo contemporáneo en la escena (lo que nos es contemporáneo, lo que corresponde a nuestra escena) es transitar por líneas de sentidos que se bifurcan y que buscan sus propias significaciones. La obra de Roldán, Déjame Caer, consigue una condensación del sentido de las imágenes construidas sobre una estructura más o menos convencional (inicio, punto de quiebre y desenlace), para ensamblar un todo discursivo sobre una época. En el título mismo, el recurso metonímico, representando el tejido de sentidos y símbolos con que los artistas nos devuelven su visión del mundo.
Ficha artística:
Creadores/ Movientes: Juan Benítez, Verónica Castillo Bastidas, Francisco Ordóñez, Katerine Lozano, Édison Galván, Génesis Cherrez, Ivone Loba Azul.
Visuales: Alexandra Rivas.
Tejido Sonoro: Juan Benítez, Pablo Roldán.
Cuerpo de Baile Rimankapa
Dirección / hipertextos / iluminación, objetos: Pablo Roldán.