FRAGILIDAD / Genoveva Mora Toral
Antrópolis, bajo la dirección de Andros Quintanilla, ponen a consideración una obra de muy particular factura, apela a una dramaturgia de aglutinación de espacios, tiempos y ¿personajes?
La trama es simple y absurda, en apariencia. Toda la gente de un condominio vive pendiente de un programa de radio, de un locutor que ha ido posesionándose del tiempo de los ocupantes del edificio, pero sobre todo de sus mentes y de sus cuerpos…
Enlace del vídeo https://youtu.be/rygjg2tBSwU
Fragilidad es la vida en cubículos, los sueños en estancos; es la metáfora de una modernidad acuciante que al mismo tiempo apremia y exige alcanzar todo aquello que el sistema impone. Empero, la vida es también el transcurso inevitable e imparable de noches y días que no se transforman, se mantienen iguales, tan iguales que un día de esos caen en la cuenta de que aunque se parezcan ya no es el mismo…
Estas y unas cuantas sensaciones más se instalan en una escenografía peculiar que atrapa el tiempo del afuera para marcar el de ese mundo paralelo que transcurre en escena. La escenografía es un casa que acoge sujetos que pueden ser, o no, salidos de la realidad.
Claudia Inquina Indira Reinoso y Santiago J. Campos: Foto El Apuntador
La puesta en escena coloca frente a nuestros ojos este edificio que abriga a sus ocupantes, gente de paso; cuerpos vestidos y desnudos nos imponen la pregunta sobre esa imagen: el cuerpo. Nos llevan reflexionar de manera profunda, y sospechamos que hay -tal vez- un llamado a desinstalar de nuestro imaginario esa retrato del cuerpo perfecto, de la desnudez como sinónimo de una belleza construida a imagen y semejanza de aquello que el mercado ha canonizado. ¿Cómo nos vemos, qué sentimos frente a nuestro cuerpo desprovisto de máscaras. Y más aún, cómo nos ven nuestros ojos habituados a mirar lo conocido cuando de repente sospechamos que ya no somos los mismos?
Y más complejo incluso, esas voces de la escena dirigen su pregunta al cuerpo humano, a su condición de mente y materia, y, sobre todo, a su fragilidad o la engañosa seguridad de creer ser lo que no somos, porque un día de tantos podemos haber perdido algo… o una parte de nuestro cuerpo. Y, probablemente, siguiendo este hipotético juego se instala una sensación de pérdida, de enajenación porque quizá las vivimos sin tomar conciencia de ellas.
Kiro Toapanta. Foto El Apuntador
La dramaturgia de Quintanilla anota otra peculiaridad, y es que en esta obra no existen personajes como tales, todos aparecen como un especie de cuerpos de una dimensión, como de una dimensión son sus palabras, porque tampoco existe diálogo, cada quien habla como para sí mismo, o, como el locutor que narra situaciones y envía mensajes a esos cuerpos que parecen existir solo en su minúsculo recuadro y van perdiendo la capacidad de interrelacionarse.
Santiago J. Campos. Foto El Apuntador
No se trata de personajes con historias individuales, tampoco de representación de caracteres, más bien parece una recreación que responde a la orden de una voz, recurso que en su aparente liviandad, denota una tragedia actual: seguir instrucciones, hablar para no entenderse, decir sin convicción, perder el gesto propio. Ellxs, son un tipo de muñecos que mimetizan la palabra, su incapacidad está en otorgarle significado, pues éste, está dado por la voz ajena, la del locutor que incide y direcciona sus vidas
Cómo se arma entonces esta obra teatral, con cuerpos que gesticulan y necesitan unos de otros para existir, para enarbolar un discurso, que por supuesto trasciende al texto, texto que se transfigura en gesto, gesto que supera la palabra, y palabra que se vacía en cada uno de esos cuerpos, cuyo mundo es un lugar de claros y oscuros, que pueden equivaler a días y noches, a vidas que transcurren entre apagones y fulgores que les propician mínimos tiempos de lucidez. La casa/edifico es una rompecabezas cuyas piezas son útiles, desmontables, maleables, y con posibilidad mimética.
La ironía, esa pieza invisible y potente se materializa en una idea: la fábrica de medias, metáfora del sueño homogeneizante de un mundo aparentemente intrascendente: “ya decía mi madre, por tus medias te conocerán…”*
La música de la obra es, preponderantemente, la voz del locutor, pero lo son también los cuerpos que van escribiendo su propia partitura, cuando las cuerdas de la guitarra acallan, ellos percuten al ritmo de sus emociones.
Fragilidad es un trabajo que, como bien señala Sanchis Sinisterra en su Narraturgia, “se siente dispensado de la obligación de contar historias”; se organiza como una arquitectura cuyas piezas constitutivas, si bien forman parte de ese todo que es la obra, se articulan fuera de la convención teatral: las voces y textos de cada persona no son indispensablemente enlazados a las otras voces de la obra. Los personajes no son estrictamente personajes, no representan, aparecen más bien como seres performáticos, actores en un juego que recrea un texto. El texto es alejadamente aristotélico, no hay clímax ni nudos que desenlazar. El espacio escénico ha sido tomado por esa construcción que replica un edificio de apartamentos, en el que tampoco sucede historia alguna; los seres que ahí moran son gente sin nombre ni apellido, transeúntes en ese espacio.
Todo lo señalado denota, además de lo formal, una decisión dramatúrgica, tanto a nivel textual como escénica, de romper con la regla. Una oportunidad para trastocar el orden convencional del teatro y poner al espectador a pensar (se) en esta posmoderna condición humana.
Ficha técnica
Dramaturgia: Andros Quintanilla C.
Dirección: Andros Quintanilla C.
Diseño y confección de vestuario, Maquillaje, Diseño escenográfico, Construcción de Escenografía, Compañía Antrópolis
Creación sonora: Emil Plonski, Kiro Toapanta
Diseño gráfico: Andrés Pavón, Ivannia Michelena
Fotografía y video: Fernando Gallegos
Iluminación: Marcos Camacho
Sonido: Carlos Michelena
Elenco
Locutor: Kiro Toapanta
Visitante: Santiago Campos
Residente: Mauro Gallegos
Dueña: Claudia Iniquinga
Hija: Ivannia Michelena / Indira Reinoso
* Texto de la obra