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Manu: la película de una banda sonora | Juan Manuel Granja

Manu: un álbum visual

Manu: la película de una banda sonora | Juan Manuel Granja

Un encuentro entre dos artistas, dos obras: Manu, un álbum centrado en el violín y las cuerdas compuesto e interpretado por el músico estadounidense de padres latinoamericanos Bryan Senti; y Manú, un álbum visual, largometraje realizado en 16 mm por la ecuatoriana Alexandra Cuesta que toma esas composiciones como punto de partida. El hilo común, sobre el papel, es la exploración del paisaje-viaje-memoria. Pero cuando se trabaja una película desde un “soundtrack” (y no al revés, como suele pasar en el cine comercial convencional), lo que vemos y oímos puede ser recibido como una sola pieza conjunta en la cual la dimensión aural no resulta subordinada a la visual. Más allá de las virtudes sugestivas de la música, lo interesante es la posibilidad de repensar el cine de manera no lineal, como algo distinto a la ilustración de un guión, como un trabajo rítmico que intuye en el movimiento de las imágenes una apuesta formal que no puede darse sino en ese formato y que, aun así, por su factura fotográfica, no deja de operar en el orden de la documentación e incluso de preguntarse qué es o qué significa documentar.

Bryan Senti / Alexandra Cuesta

Cuando escuchamos el filme Manu, la música no acompaña a la imagen en el sentido ordinario, más bien parece horadarla o, mejor aún, abrirla como una corteza hacia una dispersión de texturas poéticas. Cuando vemos el filme Manu, la película no adapta un álbum musical del modo esperado (aunque de hecho lo es, esta no es lo que se entiende por una película musical). El filme se deja atravesar por una materia sonora preexistente. No hay narrativa puntual ni estructura dramática (más allá de la proyección de tres regiones del Ecuador: Costa, Sierra y Amazonía), sino una recomposición rítmica de texturas y movimientos: sensaciones antes que acontecimientos. La película de una banda sonora.

Bryan Senti. Foto Archivo El Apuntador

La música de Bryan Senti, por su parte, arranca con melodías limpias pero no tarda en plegarse sobre sí misma. Por medio del sampleo y el uso capilar de texturas acústicas, cada tema se convierte en un organismo que muchas veces va mutando y que otras veces genera una suerte de crescendo suspendido, un vértigo que suele escaparse del clímax. El violín, alejado de la tradición lírica que lo ha obligado a mimetizar el canto o el vibrato operático, aparece friccionado, pulsado, tratada su caja incluso como tambor. Senti detiene su oído en aquellos pasajes que cierta música clásica suele dejar de pasada —las prolongaciones que desequilibran, las respiraciones entre notas— y allí genera patrones rítmicos que funcionan como el suelo sobre el que se levantan otras capas construidas con más cuerdas.

Foto Cortesía

El disco Manu se aparta de la retórica de la world music (“una mala palabra”, confirma Senti), así como de la fusión edulcorada: hay marcas, sí, de lo latinoamericano, pero más como huella que como cita, más como textura que como estilo. El álbum se mueve con un respeto por los materiales que lo aleja de la apropiación y lo acerca más a una contra-arqueología del sonido. Las cuerdas construyen una especie de pieza de cámara a la que no le interesa ser valorada por su valor “cantable” sino que vibra en tensión constante, desplazándose sin alcanzar proporciones obvias.

La imagen del largometraje, en tanto, no se preocupa por explicar o explicar-se. Hay figuras humanas, sí, pero más como presencias que como personajes. No actúan ni se desarrollan, contemplan y son contempladas por la cámara, son cuerpos inscritos en una territorialidad que parece tan exterior como interna. Pero la contemplación, como sucede al escuchar música, está motivada por una plena exterioridad que, no obstante, también se mueve en una interioridad irreductible.

En lugar de una narración, hay un movimiento de imágenes que se pliega a los glissandos del violín: travellings bruscos, fundidos a negro —muchísimos— y una estructura que no persigue una lógica de causa y consecuencia, sino de variación infinita. La (no)narración no se artícula desde un "esto y entonces" ni un "esto y por lo tanto", sino un "esto o/y esto o/y esto..." como si cada plano pudiera trabajarse como un loop musical-visual.

La cámara de Cuesta no necesariamente muestra una composición ya programada, sino que nos vuelve testigos de cómo busca la composición hasta encontrarla y luego, cuando parecía ya haberla hallado, la reencuentra de otra manera. Es decir, hay una búsqueda consciente por apartarse de lo fijo, de la reificación, de la captura definitiva. Es más, la película juega en la polaridad entre la concentración (de la música) y la dispersión (de las imágenes). Mientras la música intenta explorar todos los sonidos posibles del violín (como introduciéndose en la materia sonora del violín, un zoom in sónico que alcanza la escala microscópica), la imagen se abre como un campo de posibilidades rítmicas: paisajes, cuerpos, gestos, fragmentos culturales, como una voz de curandero o figuras precolombinas, niños con mochilas, un canto con tambor, una escena de extracción de oro en el río. Universos que acaban o reinician con el corte de edición, sin anécdota ni nombre.

La obra muestra una clara fascinación por las formas orgánicas. Eso incluye al ser humano, mostrado desde el primer plano como individuo ahistórico (pero ya siempre histórico pues es sujeto fotografiado), que mira, que es mirado, pero que no domina el entorno con su mirada. A diferencia del cine comercial, donde la música sostiene la imagen como una muleta emocional, aquí la música es el verdadero territorio. Es ella quien guía los flujos y los ritmos, quien convierte lo visual en eco, en vibración de otra vibración.

Manu. Foto Cortesía

La abundancia de fundidos a negro funciona como una serie de cortes que respiran, casi como actos de cesura, pero sin el dramatismo de argumento alguno. No se trata de pausas narrativas, sino de silencios en una partitura que no está escrita para ser interpretada, sino que invita a ser habitada. La imagen se mueve del blanco y negro al color y viceversa, pero no hay una jerarquía poética: el blanco y negro no es más profundo o lírico, simplemente es otro registro: observación, montaje, disolución y recomposición. Lo que ha sido cinematográficamente codificado por el uso comercial, esta película la usa en otro código que se va articulando en la propia materialidad del trabajo fílmico.

Manu se comporta como una cinta que podría tener una duración indefinida, su pulso, más fotográfico que dramático, presenta una constelación de momentos que halla subconstelaciones constantemente, como hacen los planos sampleados del violinista compositor. No es casual que las influencias de Senti para este trabajo hayan ido de Zitarrosa a Aphex Twin (quien resuena en su disco como un modelo más cercano que cualquier sinfonía). Tampoco es casual que esta película se sienta más como un álbum de imágenes inmersivas que como eso que por lo general llamamos una película. Aunque no lo sea en sentido literal, funciona como tal: un álbum fotográfico en movimiento que sin caer en el videoclip, sin querer representar ni ilustrar, abre otra zona de percepción.

Equipo Técnico Sala Sur Flacso Ecuador. Foto Archivo El Apuntador

Lo que Manu propone es un tipo de experiencia donde el tiempo pretende ser cristal, no línea. Definitivamente, se trata de un desafío para el espectador que ve en los paisajes o en los planos de naturaleza u objetos, o en los primeros o medios planos de personas, apenas introducciones a nudos dramáticos. No se trata de una historia contada por lo que vemos o lo que oímos, sino de cómo eso que vemos y oímos discurre en el tiempo.  Una materialidad cinematográfica que, en efecto, está mucho más cerca de la música que de la dramaturgia o el cine de story board y es justamente en esas posibilidades de cercanía, en esas resonancias, donde halla su potencia.

El evento tuvo lugar el sábado 21 de junio en la nueva Sala Sur FLACSO como cierre de la muestra La Luz Que Imaginamos.

Ficha técnica .

Ecuador, Estados Unidos / 2023 / 62′ / sin diálogos

Dirección: Alexandra Cuesta

Producción: April Cuneo Senti

Edición: Alexandra Cuesta

Fotografía: Alexandra Cuesta

Compositor: Bryan Senti

Sonido: Alexandra Cuesta

Juan Manuel Granja: Ha publicado trabajos de ficción, crónica y ensayo. Su libro Babel en ascensor y otras crónicas fue publicado en México por la UNA, otros textos suyos forman parte de antologías en Colombia y Chile.

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