Memorias del agua: Carlina Derks y su ritual escénico l Gustavo Moya
En el marco del Festival Interactos organizado por la Universidad de las Artes, la actriz y creadora Carlina Derks Bustamante presentó en Guayaquil su obra en solitario Memorias del Agua, que se instala entre el rito íntimo y la evocación política, entre la autobiografía y la ceremonia ancestral. Fue en la Sala Patrimonial del edificio Manzana 14, un espacio sin artificios escenográficos, ideal para la cercanía con el público y el peso espiritual que la pieza convoca.
El grito que rompe el silencio. Foto Gustavo Moya
Desde el primer momento, la presencia de Derks desarma expectativas: alta, de tez clara, con un acento neutro, lo primero que hace es nombrar la pregunta que la acompaña a diario: “¿De dónde eres?”. Su respuesta —afectiva, histórica, simbólica— se desplegará en escena con una serie de transformaciones que no buscan solo ilustrar un relato, sino encarnarlo.
Hay en esta obra una elaboración madura de los recursos teatrales: vestuarios precisos, objetos cargados de sentido, lenguas que se entrecruzan (quichua, español, holandés), y una noción del tiempo que se expande como el agua que da nombre al montaje. Cada gesto, cada transición, está ejecutada con solvencia y sensibilidad. Nada sobra, nada está ahí por azar. Se percibe la mano de una artista que domina su oficio y que sabe sostener con el cuerpo entero —y con el alma también— una narración que no es solo suya.
El relato no se agota en lo personal. Por el contrario, desde la vivencia particular se abre hacia lo colectivo: la historia de una comunidad andina, las tensiones entre tradición y transformación social, los efectos de un conflicto armado en la vida cotidiana. Pero todo esto ocurre sin pedagogía forzada, sin didactismo. El teatro hace lo que mejor sabe: sugiere, conmueve, deja que cada quien complete el mapa.
Carlina Derks en escena. Foto Gustavo Moya
Carlina no actúa personajes: los canaliza. Se convierte en niña, madre, partera, padre, pueblo entero. Y lo hace con una naturalidad asombrosa, sin alardes, con una precisión que emociona. Hay algo ritual en su presencia, algo medicinal incluso. Un uso del arte como puente entre memorias, entre generaciones, entre heridas abiertas y afectos duraderos.
Con la máscara en la memoria. Foto Gustavo Moya
Cuando los públicos jóvenes no siempre tienen contacto con ciertos episodios de la historia latinoamericana, obras como Memorias del Agua se agradecen por su capacidad de conectar desde lo emocional, sin perder complejidad. Para quienes venimos de generaciones anteriores, la obra resuena con ecos que no sabíamos que seguían ahí.
El público guayaquileño, compuesto en gran parte por estudiantes y docentes, respondió con atención, respeto y un aplauso sostenido al final. A mí, personalmente, me conmovió hasta lo más hondo. Porque más allá de lo teatral, lo que Carlina Derks pone sobre escena es una ética de la memoria: una forma de estar en el mundo que no olvida a quienes nos trajeron hasta aquí.
Gustavo Moya (Portoviejo, 1980) Periodista y fotógrafo.
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