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Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado. l Daniel Benoit Cassou

Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado. Fotos Daniel Benoit Cassou

Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado. l Daniel Benoit Cassou

Quito, Ecuador.

Casa del Alabado: el espíritu que habita la materia

Pocas instituciones logran condensar con tanta coherencia el universo simbólico precolombino como el Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado, ubicado en el Centro Histórico de Quito.

En un recorrido íntimo y silencioso —ocho salas que se leen como capítulos de una cosmogonía americana—, el museo propone un diálogo entre espiritualidad, arte y naturaleza.

La museografía, precisa y envolvente, es un acierto: vitrinas cálidamente iluminadas, piezas suspendidas en penumbra, textos breves pero certeros, y un guion curatorial que evita la literalidad arqueológica para apostar por una lectura poética del pensamiento ancestral.

A continuación, el recorrido analítico de sus ocho secciones, verdaderas puertas hacia una comprensión espiritual de lo humano.

Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado.

  1. El mundo de los ancestros

La apertura del recorrido es una invocación al origen. La piedra, como cuerpo inmortal de los espíritus, aparece tallada con reverencia.
Esta sala no exhibe simplemente esculturas: expone presencias. Cada rostro pétreo parece contener el eco de una lengua anterior al tiempo.
El guion curatorial logra transmitir la idea de que la vida dependía del diálogo con los ancestros; el hombre no era un individuo, sino un eslabón en una cadena energética que aseguraba la armonía del cosmos.

Interpretación: Es un prólogo metafísico. Aquí, el museo no habla de dioses: habla de energía, permanencia y respeto.

Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado

  1. El mundo primordial

La segunda sala es el territorio del movimiento. Espirales, volutas y laberintos visualizan la fuerza vital del universo.
El discurso propone un paralelismo entre las antiguas cosmologías y las visiones ecológicas contemporáneas: la tierra como organismo interconectado, donde nada está aislado.
La museografía invita a la contemplación más que al estudio: las formas giran, fluyen, respiran.

Interpretación: Esta sección establece el vínculo entre los ciclos naturales y la espiritualidad, anticipando un pensamiento ecológico que Occidente redescubriría miles de años después.

  1. El mundo de los materiales

La tercera sala honra al artesano como demiurgo. Aquí, el gesto creador se equipara al acto de la naturaleza.
Barro, piedra, metal, fibra y concha son portadores de espíritu, no simples materias. Cada transformación —el barro que se endurece, la crisálida que deviene mariposa— es una metáfora del renacer.
La selección de piezas evidencia una extraordinaria comprensión estética precolombina: funcionalidad y belleza, rito y uso cotidiano, sin jerarquías.

Interpretación: Es la sección más cercana a la poética de la creación. El arte aparece como puente entre lo humano y lo divino.

  1. Los mundos paralelos

En esta sala el visitante entra en el corazón de la cosmovisión indígena: el cosmos tripartito y sus energías complementarias.
El montaje equilibra símbolos de dualidad —día/noche, masculino/femenino, vida/muerte— con la noción de cuatripartición cósmica.
Las piezas, muchas de ellas ceremoniales, sugieren que toda forma visible tiene un doble invisible.

Interpretación: El museo plantea aquí su tesis central: todo lo real tiene una contraparte espiritual. La museografía lo refuerza mediante espejos, reflejos y sombras.

  1. El eje del mundo

El axis mundi o árbol de la vida se erige como metáfora de comunicación entre mundos.
Los chamanes, sentados en sus bancos de poder, actúan como mediadores entre planos. El montaje vertical refuerza esta idea: raíces, tronco y copa, inframundo, mundo humano y supramundo.
La conexión con los portales —cuevas, lagunas, espejos— es visualmente poderosa y simbólicamente precisa.

Interpretación: Esta sección celebra la verticalidad espiritual, el tránsito del alma como ascenso. Un pasaje que el visitante experimenta físicamente a través del recorrido ascendente del espacio.

  1. Amuletos

De escala mínima pero de intensidad máxima, esta sala es un santuario del detalle.
Los amuletos revelan la dimensión personal y afectiva del mundo precolombino: pequeñas piezas cargadas de energía y memoria.
La curaduría enfatiza su condición animada, objetos que aún respiran la energía de quienes los portaron.

Interpretación: Es una sala íntima, casi doméstica. Aquí el museo se humaniza: cada pieza es una biografía condensada, un relicario de existencia.

Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado

  1. El mundo de las élites

Este núcleo introduce el poder, pero no desde la vanidad, sino desde la ritualidad.
Los objetos de las élites son símbolos de legitimidad espiritual: oro, cerámica, tocados, armas, todos hablan de jerarquías que eran a la vez políticas y cósmicas.
El montaje evita el brillo ostentoso y privilegia la lectura simbólica del poder: quien gobierna, lo hace porque puede dialogar con los ancestros.

Interpretación: El poder entendido como responsabilidad sagrada, no como dominio.

  1. El mundo espiritual del chamán

El recorrido culmina en una sala que es casi un trance.
El chamán aparece como figura total: sanador, guerrero, guía, artista.
Tocados, pinturas corporales y objetos rituales envuelven al visitante en una atmósfera de respeto y misterio.
El museo logra transmitir la dimensión del rito como experiencia estética y espiritual a la vez.

Interpretación: Esta sección es la síntesis de todas las anteriores. El chamán encarna la unión de los mundos: materia, energía, arte y espíritu.

Exhibición temporal: “No todo lo que brilla es oro”

Esta muestra complementaria profundiza en el valor simbólico del metal, desplazando la mirada occidental del oro como riqueza hacia su sentido ritual.
Los metales —oro, plata, cobre, platino— se presentan como conductores del fuego sagrado, medios de comunicación entre lo divino y lo terrenal.
La exposición, fruto de un trabajo conjunto con el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, destaca el rigor técnico y la sensibilidad estética de las culturas prehispánicas del Ecuador.

Interpretación: La materia vuelve a ser energía. El brillo no es lujo, sino luz espiritual.

El museo cuenta asimismo con una sala explicativa de los procesos de trabajo llevados a cabo para analizar y restaurar las piezas así como una boutique de piezas y libros a la venta.

Conclusión

El Museo de Arte Precolombino Casa del Alabado logra lo que pocos museos antropológicos consiguen: traducir la espiritualidad ancestral en una experiencia sensorial contemporánea.

Dirigido por Manuela Ribadeneira Quevedo y sostenido por la Fundación Tolita, este espacio no sólo exhibe objetos antiguos: restaura una forma de pensamiento.

Salir de la Casa del Alabado es salir transformado: más consciente de que en América Latina la materia siempre ha sido sagrada.

Daniel Benoit Cassou: Crítico de Arte - Uruguay

Óscar Santillán: Qué se siente ser tierra l Daniel Benoit Cassou

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