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El artista del inconsciente | Pablo Roldan

Espacio me has vencido. Klever Viera

El artista del inconsciente | Pablo Roldan

Con una obra escénica eterna y marcada por el extrañamiento frente al mundo, Kléver Viera fue “el patrocinador de su propia creación”.

En el ecosistema de la danza contemporánea ecuatoriana, Kléver Viera fue una presencia/experiencia transgresora que habitó y reconfiguró los cuerpos, los géneros y las poéticas durante varias décadas. Fue un cuerpo-naturaleza entre otros cuerpos (social, cultural, coreográfico), proyectado desde su propia existencia, extendido en otras materias y expuesto a la relación con lo diverso. Fue un cuerpo “lleno de otras voces”, donde la infancia, la violencia, el deseo queer y la marginalidad se entrecruzan en un gesto tan íntimo como político. Desde esta perspectiva, la otredad se encarna en su propia corporeidad. Otro cuerpo es la potencia de un cuerpo extendido en performance, abierto al flujo de oposiciones. Se habitan. Colombres indica:

[...] conforma una tercera piel,
una piel excepcional, que más que disfrazar transforma
al individuo en otro ser, pues en ese momento siente
como propia la identidad asumida. En cierto modo su
cuerpo deja de pertenecerle, se mueve y produce signos
desde otro punto de articulación con el mundo" (Colombres, 2004, p. 113).

Espacio me has vencido. Klever Viera

Viera, en su obra, ha mantenido una constante: el deseo de romper con los moldes coloniales y normativos del arte escénico. Su formación autodidacta, combinada con estudios formales y colaboraciones con artistas del mundo, le permitió gestar una poética singular que no responde a una escuela, sino a una necesidad vital: transitar. Paul B. Preciado nos recuerda que “la transición no es un estado médico, sino un estado político del cuerpo”. En este sentido, Viera podría inscribirse en el gesto performático de quien transiciona constantemente: de género, de lenguaje, de poética. Su obra es fluida, trash, barroca. En muchas de sus coreografías, el cuerpo aparece como residuo, como archivo de violencias, pero también como posibilidad de ternura, de humor, de goce. Sosa Villada escribe “No hay deseo sin humillación, no hay ternura sin monstruosidad. ¿Quién podría amar una cosa tan rota como nosotres?” Esa fractura amorosa es el espacio en el que Viera se mueve: un arte hecho de restos, de lo que supuestamente no debería ser bello, ni deseable, ni digno de ser recordado.

En las performances de Viera, se le pide al doliente que recoja todo aquello que le haga pensar en la persona o evento que quiere borrar. El doliente llena grandes bolsas de basura con cartas, souvenirs made in China, ropa, papelitos. Estos objetos son aniquilados en escena con el fin último de olvidar. Es un recordatorio de la inherente materialidad del amor. Los restos, eso que queda en la casa —lo significativo, pero también lo más mundano— cobran sentido en la desolación: una taza, una agenda, una botella de agua a medio tomar. Para todo aquello que no se puede tocar, está la memoria.

Espacio me has vencido. Klever Viera

La memoria/obra artística en Viera es el terror por perderla y el deseo neurótico de atesorarlo todo para siempre. Pero también su revés: la fantasía de que la memoria no abandone, de que el pasado aplaste. Él no performa personajes: habita sus propias fracturas. Y en ese gesto radical —íntimo, político, feroz— se instala como una obra de arte. No hay separación entre obra y vida. No hay backstage. Su cuerpo adquiere la capacidad de transformarse según las intensidades que lo habitan. Sus partes, sus extremidades, devienen transitorias; según la existencia intensiva, se disuelven las fijaciones identitarias y se percibe mutable. En palabras de Lavatelli:  “[...] convocan al cuerpo en eso que tiene de inasible, en eso que resiste toda apropiación significante, y que, como pura variación, es irreductible a la estructura”.

Klever viera fue un “un pájaro salvaje”, por medio de su acción artística pudo indicar un “que la vida quizás no es más que haber perdido lo que más entrañablemente se ha amado, que eso es tal vez la verdadera vida”. Que aun cuando todo termina, la conciencia de perder es lo que vuelve vida a la vida. Que aun cuando la muerte es la única certeza posible y el destino más probable de casi todos, aun cuando el deseo sea olvidar, el recuerdo es la última y más fuerte trinchera que tenemos.

La muerte de Klever Viera es un punto de quiebre en la historia del arte ecuatoriano, sus dolientes se aferrarán a no dejarlo olvidado. El estado no detendrá nunca su amnesia automática. Empieza la propia hazaña: “La vida deviene arte cuando se la separa de las normas sociales, cuando se la expone, cuando se la vuelve objeto de contemplación pública”.

 

Pablo Roldán : Artista multidisciplinario, director teatral y docente. 

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