El color como duelo: Diseño emocional de la obra 0.2 segundos - Malva (Erika Salvador)
0.2 segundos es una obra que se dibuja en el aire y se ilumina desde la ausencia, creo que muchos hemos vivido la pérdida y detrás de esa pérdida, la frustración de no entender cuándo y cómo se nos fue de las manos el instante, la vida.
0.2 segundos
Esta propuesta contemporánea fue presentada como proyecto de egresamiento por los estudiantes de noveno semestre de la Facultad de Artes, Carrera de Teatro de la Universidad Central del Ecuador, un trabajo colectivo de tres itinerarios: Interpretación, dirección/dramaturgia y escenotecnia, proceso guiado por los docentes Karla Garzón, Luis Cáceres e Ivannia Michelena.
Un trabajo basado en el texto Todas las veces que te vi morir, escrita por el dramaturgo Pavel Hernández. (Manaba). Adaptación que se convierte en un ritual colectivo de duelo, donde el dolor, la memoria y la búsqueda se entrelazan en un vaivén emocional que no se puede mirar sin ser sentido.
Experiencia que no se limita a ser una puesta en escena, es más bien, una propuesta que se siente como una imagen poética profundamente sensible.
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Es impactante la manera en que la obra se construye desde la fragmentación e incluso lo diría como desfragmentación. La decisión de multiplicar los personajes principales (madre, padre e hija) en distintas versiones, interpretadas por varios actores, no es solo un recurso narrativo sino una forma de decir que el trauma tiene varios cuerpos, varios tonos, varios espacios.
La presencia de estos coros; que representan a la madre, trazan el curso desde una maternidad tierna hasta la frustración y rabia, como si cada versión fuera una capa de la misma figura que no puede contenerse en una sola voz.
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El padre, repetido en la primera escena como un eco corporal, termina por formar un alacrán humano, una maravillosa metáfora visual creada por las varias versiones del padre, representando no solamente la culpa y la violencia, sino también, un sistema que devora.
En el aire, aviones y barcos de papel, elementos que funcionan como delicados objetos infantiles que acaban siendo fuertes referencias simbólicas en el transcurso de la obra. Los aviones, lanzados por los coros de la hija, parecen buscar un destino al que nunca se llega. Los barcos, dispuestos como pequeños altares, sugieren el tránsito, el viaje de la vida a la muerte. Todos objetos frágiles que, sin embargo, sostienen el peso de lo que no se puede ver.
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La ausencia de la hija se va convirtiendo en silencio, una figura que se disuelve en el tiempo escénico, aunque sus recuerdos permanezcan flotando entre los objetos, mientras sus padres la buscan por mar y aire.
Desde la mirada del diseño, el color se convierte en una herramienta silenciosa pero muy potente para crear vínculos y tensiones. No se trata solo de lo que los personajes llevan puesto, sino de cómo esos colores dialogan entre sí y con la atmósfera que los envuelve. La paleta de colores elegida permite que las relaciones se codifiquen visualmente: el contraste visual de tonos neutrales de la madre, fríos del padre, y cálidos de la hija sugiere jerarquías afectivas, distancias emocionales, momentos de ruptura, incluso diría que develan una parte importante de la historia. La iluminación, al modular estos colores, acentúa lo que no se dice, lo que se intuye. Un diseñador no ilumina cuerpos, ilumina dinámicas. Como afirmaba Kandinsky, “el color es un poder que directamente influye sobre el alma”. Así, el espacio se vuelve cómplice del relato, y cada matiz cromático acompaña al trabajo del actor.
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Los momentos en que los coros de madre y padre se enfrentan, o los colores de la madre y la hija se entrelazan, están marcados por transiciones lumínicas que parecen el parpadeo de una memoria. Hay paletas de color que gritan, que insisten. Tonos degradados que generan recuerdos que se resisten a desaparecer.
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Podría decir que la iluminación en esta obra no acompaña, sino persigue. “El color en el teatro no debe ilustrar, debe resonar. Es una vibración emocional, no una explicación.” Robert Wilson.
La iluminación en este acontecimiento escénico se comporta como una sombra que intenta alcanzar algo que ya no está. Utilizando luces cenitales, calles, contras e incluso linternas, parece que la luz quiere tocar la ausencia, como si pudiera traer de vuelta lo perdido.
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0.2 segundos no es solo una obra de teatro, es una forma de resistencia frente a violencia estatal, frente al olvido, frente a la deshumanización. La fragmentación de los personajes, la construcción de imágenes potentes y el uso de la luz como lenguaje emocional revelan una madurez escénica que conmueve. No porque tenga respuestas, sino porque nos obliga a quedarnos en la pregunta. ¿Cuánto dura el instante en que se pierde una vida? ¿Cuántas veces debemos repetir el momento en nuestra cabeza para entender que terminó o que ya no está? En 0.2 segundos, lo que queda es el papel, la sombra, el alacrán, el vacío.
Es una propuesta que, con pocos elementos y una estética minimalista, logra tocar el alma a través de símbolos, imágenes, colores, luz y la presencia potente de los cuerpos en acción.
Malva (Erika Salvador) - Magister en diseño digital, iluminista teatral.
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