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Que vengan nuevas flores y nuevos gestos I Gustavo Moya

Luz Marina Sono Rodríguez. Foto Cortesía

Que vengan nuevas flores y nuevos gestos I Gustavo Moya

Una intervención escénica de Blanca Rivadeneira honra la obra fotográfica de Luzmarina Sono en un acto íntimo y valiente.

En una galería luminosa del norte de Quito, un cuerpo danzante marcó el compás de otro tiempo. Blanca Rivadeneira presentó una intervención escénica íntima, precisa y conmovedora en el marco de la exposición póstuma Que vengan nuevas flores, dedicada a la fotógrafa Luzmarina Sono Rodríguez (1990–2024). El espacio —Nítido Estudio, usualmente dedicado a la producción fotográfica— se convirtió en escenario, altar y lugar de encuentro. Allí, rodeada de las imágenes de Luzmarina, la performer desplegó un gesto escénico que más que representar, ofrecía.

Blanca Rivadeneira

La acción forma parte de Trayectos para cuerpos frágiles, un tríptico de Rivadeneira en desarrollo que explora el cuerpo desde la vulnerabilidad, el cuidado y la resistencia . Con una estructura en seis momentos —como una flor abriéndose— la performance se inició en silencio. La performer recorrió un laberinto hecho con una cinta de Moebius, en la que estaban escritas las palabras de la canción María la Curandera, de Natalia Lafourcade. A medida que cortaba esta cinta infinita, Blanca entonaba con voz clara y firme: “agradezco, agradezco”. El gesto era simple, pero elocuente: transformar la palabra en camino, y con el cuerpo, concretar el sentido.

Lo que siguió fue una danza serena y sostenida, de movimientos que parecían brotar desde adentro. Una danza tierna, sí, pero también valiente, anclada en el trabajo muscular del gesto, en la decisión de sostener el tiempo sin apuro. En ese tránsito, la intérprete lanzó una pregunta al aire: Nos dejamos atravesar por guerras, por balas… yo pregunto: ¿y si permitimos que sean las flores las que nos atraviesen?

Azucena Sono, Blanca Rivadeneira

Con el inicio de la música, los pétalos entraron en escena. Agua, flores, cuerpo: la artista se deja empapar, se cubre con pétalos, se ofrece al tacto de lo vivo. Luego, desde su pecho, saca hilos rojos y comienza a entregarlos a distintas personas presentes. El primero se lo da a Azucena Sono, madre de Luzmarina y curadora de la muestra. El cruce entre ambas es íntimo, sincero, profundamente conmovedor. Le siguen otros hilos, otras manos. Hasta que todos vuelven a la danzante, que se recoge, alza los brazos, cierra los ojos. Silencio. Y después, un aplauso claro, sobrio, agradecido: un aplauso de los que no se apuran en terminar.

La exposición que enmarca esta intervención reúne parte del legado visual de Luzmarina Sono Rodríguez, fotógrafa quiteña de mirada honesta y comprometida, con una técnica sobresaliente. Fue directora de arte y asistente consular de la Embajada de México en Ecuador. Estudió la carrera de fotografía y sonido de cine y televisión (INCINE, 2016). Formó parte del colectivo Warmiphoto (2020), con el que desarrolló un ensayo fotográfico en torno al envejecer. También retrató con gran sensibilidad a mujeres y niños de la Amazonía y a jóvenes lideresas del país, que fuera publicado bajo el nombre “Jóvenes que inspiran” (2021). Falleció en 2024 a los 33 años, a causa del Síndrome de Chiari. El gesto de su madre, al reunir y compartir estas imágenes, convierte a esta exquisita exposición en un acto amoroso y valiente: una suave presencia, una dádiva de belleza en medio del duelo.

En este contexto, la intervención escénica no busca ilustrar la fotografía, sino abrir un campo de resonancia. El cuerpo de Rivadeneira, pausado y receptivo, se opone con firmeza —aunque sin violencia— a la indolencia, al ruido, al consumo. Lo suyo es una rebeldía silenciosa: gestar, cuidar, agradecer. Dejarse atravesar por flores.

Gustavo Moya (Portoviejo, 1980) Periodista y fotógrafo.

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