La historia viajera de la Panchita Naranjas | Fernando Prieto Jr.
Qué hermosos recuerdos se vienen a la cabeza con la Panchita Naranjas, o mejor dicho, con La aventura amorosa de Panchita Naranjas, una obra que, si bien pareciera simplemente divertida, es intensa y profunda, y pone sobre el escenario la idea de un teatro en la carretera.
La aventura… nació propiamente en el camino, en el largo trayecto del viaje por Perú. Recuerdo que, al ver los hermosos desiertos de ese tránsito suramericano, pensaba en el verde intenso de la tierra donde nació la abuela materna, un pueblito llamado Saboyá perteneciente al departamento de Boyacá, en Colombia.
Solo fui un par de veces a ese lugar y lo hice de niño, pero los recuerdos resultaron tan significativos que duraron para siempre, como esas fotos del álbum que, a pesar del tiempo, no quieren envejecer.
Nada especial en términos de grandes historias, aquel lugar trae las sensaciones de un sitio con vacas, chivos, maizales, cafecito a la mañana, arepas, chicha, una señora bonachona que hace el almuerzo en estufa de leña, patos, gallinas, cerdos, tubérculos recién sacados de la tierra y una mesa vieja de madera cubierta con grandes hojas de maíz donde luego se servía un montón de comida para comer con la mano y compartir en familia.
Pocas veces hablamos de dónde viene la inspiración de las obras, esta viene de ahí, del campo, de los caminos de piedra, de un radio por donde escuchábamos música campesina, del disco de Los Carrangueros de Ráquira girando en el plato de un equipo de sonido antiguo.
La Panchita nació en la carretera, un febrero del año 2006, cuando íbamos de Buenos Aires hacia Bogotá en una de las primeras giras de La Petisa Babilonia.
Eran garabatos de ideas, estaba influenciado por una obra muy linda que vi de un grupo llamado La Sombra en Chile, la obra se llamaba Párele, dirigida por la talentosa Pamela González.
Esos garabatos se convirtieron en ensayos, propuestas y experimentos, con dos actrices porteñas en Bogotá, curiosamente en uno de los audios grabados de la obra su voz ha permanecido, a pesar de que algunos actores o actrices no entienden, por qué en una obra con elementos de la vida colombiana, prima la voz de una chica porteña.
Y bueno, la cosa es así y punto. Forma parte del propósito de La Petisa: hacer obras que reúnan diferentes expresiones culturales de cada lugar.
De esa primera experiencia solo fueron un par de funciones, pero luego La Panchita creció y lo hizo con un grupo de actores y actrices mendocinos, chilenos, austriacos, en una versión atípica creada en Mendoza Argentina y, para quienes leen esta nota y lo conocen, el Abel Toledo, artista del cono sur radicado en Quito participó de aquel experimento cuando estaba chiquito, pero ya demostraba en escena sus talentos.
Ese montaje fue para presentarse en la mencionada ciudad argentina y en Santiago de Chile, dentro de un festival popular que la recibió con entusiasmo.
Además, fue la primera vez que nos denominamos La Petisa Babilonia.
Llegamos a Quito y la pusimos con actrices y actores ecuatorianos, gringos y colombianos y, además, presentamos en el Teatro Variedades una versión hermosa con malabares, elementos de circo y acrobacia. A esta versión se sumó la música carranguera compuesta por un rockero colombiano, que terminó siendo maravillosa y ahí me tomé confianza para escribir letras que aportaran a la dramaturgia de la obra.
La historia viajera de la Panchita Naranjas. Foto Compañía Uña de Gato
La aventura amorosa de Panchita Naranjas es quizás la obra más recorrida de La Petisa junto a Fractales en la geometría humana del caos, con más montajes y presentaciones, porque luego de ese tercer experimento, se montó en Bogotá para un festival al que íbamos en México y que a última hora y tristemente no pudimos ir porque se cayó el patrocinio para los pasajes en avión.
Sin embargo, en el año 2010 volvimos a Lima, Perú, con La Gran Marcha de los muñecones allá en Comas, donde además se cambiaron los trajes tipos de la cultura boyacense por unos de la sierra peruana, demostrando que sí, que la obra podía representar también la cultura del lugar porque en muchos de nuestros países hay historias similares, aunque se conservó tanto las voces argentinas grabadas y la carranga colombiana.
En algún momento se hicieron dos montajes exprés que no duraron mucho en escena, uno en Bogotá y otro con otro equipo argentino y que terminamos presentando de regreso de otra gira en la emblemática plaza Santo Domingo de Quito.
¡Qué recuerdos por Dios! Mi querida hermana, también teatrera con su grupo, supo sacarle el jugo en cuanto festival y convocatoria hubo de Bogotá, además fue la única de tantos montajes que me pagó por la dramaturgia, la dirección y la música, ¡qué lindo!
Y entonces vino la pandemia y con ella el encierro, con el encierro vino el pesimismo de cómo hacer teatro si no era permitido reunirnos, y recuerdo, porque vale la pena mencionarlo, me agarró en Quito y ahí me quede ocho meses encerrado, mientras la Juana Guarderas nos daba lección de que el teatro también podía ser virtual con sus historias grabadas y presentadas en redes, mientras los más conservadores se rasgaban las vestiduras y los más experimentales agradecían, pero el público aplaudió su osadía y ella marcó un hito que nos puso a reflexionar si el teatro debía ser solo presencial o podía ser llevado a las pantallas.
Ese encierro que casi me vuelve loco, pero no por el encierro, sino porque estaba encerrado con la increíble familia payaso de la compañía Uña de Gato, donde día a día se prendía la mecha de la creatividad y un día era fogata, otro un castillo inflable de tres pisos, unas cuantas docenas de días, comidas teatrales de países diferentes o camping en el prado de la casa, o disfrazarse para hacer videos musicales o jugar a lo que fuera con tal de no aburrirse, hasta el punto que en una de esas se me ocurrió proponerles montar La Panchita y no solo la montamos, sino que hicimos funciones clandestinas, donde venían los que podían, más tapados que el personaje del Eternauta a celebrar la vida, la amistad, el teatro y las ganas de no morir en el encierro.
De ese momento histórico para la humanidad nos quedó un momento histórico para el teatro, que aún hoy sigue transitando por festivales, salas, viajes, no con La Petisa Babilonia sino con Uña de Gato, la compañía familiar del Raymond, La Carlita, La Malena y la Ayleen, que no solo resultaron potentes a la hora de representar a los boyacenses colombianos sino muy divertidos con su experiencia clownesca quiteña.
La aventura amorosa de Panchita Naranjas no se las cuento porque pueden ir a verla este fin de semana al Patio de Comedias, donde y por esas cosas de la vida, se presentará como grupo invitado a la celebración de los 25 años de La Petisa Babilonia, y dedicada a las queridas mamás que nos acompañen.
Fernando Jr Prieto: Director y dramaturgo de la Petisa Babilonia proyecto teatral multiétnico e itinerante con sede en la carretera.
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