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Hamilton de Holanda: raíz y revolución I Juan Manuel Granja

Ecuador Jazz 2025 - Hamilton de Holanda. Foto Ana Lucía Zapata Teatro Nacional Sucre

Hamilton de Holanda: raíz y revolución I Juan Manuel Granja

Hamilton de Holanda es un maestro de lo que en portugués llaman bandolim. En sus manos, esas diez cuerdas de la mandolina (o mandolín, para guardar el eco brasileño que pulsa sus composiciones) parecen redefinir el instrumento. Hamilton está muy enchufado a lo contemporáneo pero es quizá la propia tradición brasileña la que lo empuja a desbordarla. Por lo menos el timbre de su trío ya nos suena a “otra cosa”, a algo que parece no calzar en las rodas de choro (encuentros acústicos, informales) de las que suele participar su instrumento. El trío, en efecto, lo completa una batería poderosa y versátil además de unos muy modernos teclados que además se encargan de tocar los bajos. El formato de tres daría a pensar en una sonoridad bastante condensada pero tanto los teclados como el mandolín hacen explotar el espectáculo en una diversidad de colores, velocidades e intensidades.

Ecuador Jazz 2025 - Hamilton de Holanda. Vídeo Ana Lucía Zapata Teatro Nacional Sucre

Hamilton de Holanda llegó con Live In NYC bajo el brazo. Este trabajo, nominado al Latin Grammy, supuso el desafío de entregar algo que estuviera a la altura del rumor que le precedía. En vivo, las piezas fueron cobrando otra temperatura: los pasajes de estudio se ganaron una nueva libertad. Si bien el bandolim podría parecer un instrumento más bien doméstico, confinado al choro o a las serenatas de barrio, pues es pequeño, de cuerdas dobles y escala corta, de Holanda desmiente que se trate de un instrumento destinado a repertorios amables o previsibles. Hamilton comprobó en el escenario del Teatro Nacional Sucre, una vez más, que su instrumento puede tener ambiciones orquestales. Desde uno de los primeros temas, Baile do Almeidinha, la banda convocó el espíritu de las viejas gafieiras de Río: esos bailes populares donde samba, forró y bossa nova parecen fundirse.

Pero, sin estacionarse en la nostalgia, la agrupación ofreció una relectura contemporánea y particularmente expansiva de aquellos géneros, con espacio para la improvisación jazzística y el intercambio vivo que genera la energía colectiva. Hamilton ataca las cuerdas con precisión de relojero y, a la vez, con desenfado. Sus figuras melódicas y rítmicas, más que una afirmación de identidad brasileña o un guiño decididamente cosmopolita, es un diálogo con diversas tradiciones del jazz y sus alrededores; esas que se decantan por lo omnívoro más que por lo fijo. Es más, el homenaje que hizo el trío al recién fallecido Hermeto Pascoal, no sonó sobre las tablas del Sucre a una declaración de brasilerismo sino, fiel a la singularidad de ese prolífico compositor, al deseo y la pasión de la búsqueda singular.

Ecuador Jazz 2025 - Hamilton de Holanda. Foto Ana Lucía Zapata Teatro Nacional Sucre

La banda acompañó esa intensidad con arreglos de una exuberancia rítmica que no dejaba de ser precisa y penetrante, a la vez sutil y potente. Los asistentes, acostumbrados al silencio reverente de cierto jazz, aplaudieron con mucho entusiasmo y se dejaron arrastrar por el ritmo así como envolver por las copiosas notas del teclado (y su bajo) y del mandolín. ¿Jazz?, sí, pero también samba, forró, carnaval, celebración.

Ecuador Jazz 2025 - Hamilton de Holanda. Foto Ana Lucía Zapata Teatro Nacional Sucre

El momento culminante llegó en los últimos quince minutos, cuando el grupo, ya bañado en sudor y júbilo, encadenó una serie de temas que se sintieron como un medley vertiginoso. Hamilton, sonriendo y sumamente expresivo, improvisaba sobre melodías, retorciéndolas hasta hacerlas nuevas. Su bandolim por momentos hace pensar en líneas melódicas escritas para una flauta, hasta que decide involucrar acordes, sobre todo para cerrar una frase o segmento y decantarse por el refuerzo rítmico, como si nos ubicara en una pausa terrena luego de ofrecer tanta riqueza aérea en el despliegue melódico.

Ecuador Jazz 2025 - Hamilton de Holanda. Foto Ana Lucía Zapata Teatro Nacional Sucre

Más allá de la impecable ejecución, este concierto podría entenderse también como una lección sutil. En un tiempo en que la música tiende a la homogeneidad digital y a la dictadura del algoritmo, Hamilton de Holanda recordó que la emoción requiere riesgo y piel. Cada una de sus piezas es una declaración contra la complacencia. El músico demostró que la técnica, por sí sola, no emociona: lo que conmueve es la entrega. Su virtuosismo —ya legendario— es solo un medio para revelar algo más profundo: la convicción entusiasta de tocar. Esa intensidad se siente, se contagia, se queda flotando. Días después del concierto, al volver a escuchar sus discos (Baile do Almeidinha, Trio, Um a Zero junto a Marco Pereira), uno descubre detalles nuevos, giros secretos, resonancias que el oído no registró en vivo. Porque esa es su mayor virtud: cada interpretación es distinta, irrepetible. Hamilton de Holanda, como buen músico armado de jazz, no se conforma con repetir canciones, quiere reinventar el instante. Y en el Teatro Sucre, logró hacer temblar sin estridencias y convencer al público de que la raíz puede ser revolución.

 Juan Manuel Granja: Ha publicado trabajos de ficción, crónica y ensayo. Su libro Babel en ascensor y otras crónicas fue publicado en México por la UNA, otros textos suyos forman parte de antologías en Colombia y Chile.

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